sexta-feira, 6 de março de 2009
El mundo está cambiando, no solo por las ya conocidas readaptaciones del sistema capitalista, que busca siempre el mayor lucro posible, sino por las consecuencias que ello trae en nuestro hogar (la tierra) y por los cambios en los modos de resistencia que toman los pueblos para defender lo que les corresponde, principalmente una idea: la tierra y la libertad.
La lógica del capital, siempre se caracterizó por redoblar cada vez, sus mecanismos de explotación y dominación. La sed de lucro exige que para multiplicar los beneficios, el capital debe multiplicar también las formas de explotación y de destrucción del entorno, debe anular la conciencia de clase e inculcar el culto a la resignación, para optimizar los costos y acumular cada vez más. Los sectores dominantes jamás se preocuparon por las vidas humanas que se llevan por delante, mucho menos se iban a preocupar por cuidar el medio ambiente y toda la vida que surge de nuestra tierra, que en definitiva es lo que nos permite sobrevivir.
La tecnologización y los cambios de modelo económicos han logrado concentrar las riquezas en muy pocas manos, crear una masa de marginados estructurales y por lo tanto un sector de pobres y hambrientos que el sistema decide silenciar y condenar al olvido. Pero además y como si esto fuera poco, el empleo insensato de la tecnología, las formas de producción cada vez más nocivas y la lógica de destrucción de los recursos naturales, traen aparejadas hoy, consecuencias insospechadas hace 30 años atrás, cuando el neoliberalismo naciente creyó que podía comerse el mundo, sin saber que nunca iba a poder digerirlo.
América Latina, es una de las regiones más ricas del mundo en cuanto a lo que ofrecen sus tierras y también una de las zonas del mundo en donde la mano de obra es más barata. En la división económica y geopolítica del mundo, el imperialismo otorgó un papel de productor de materias primas al llamado tercer mundo. Nosotros fuimos y aún somos los encargados de sostener el carísimo nivel de vida de los países más desarrollados y no solo eso, sino que también, somos el basurero de los desperdicios que generan. En esta carrera asquerosa por el consumismo y la acumulación de riquezas, el FMI, los países del G8 y las transnacionales sin rostro se han encargado de devastar y saquear las tierras latinoamericanas (indoamericanas), y han creado también un enorme sector de desocupados y subocupados, personas que sobran para el sistema y que están destinadas a permanecer en los márgenes del mismo.
Cada vez son menos los trabajadores y trabajadoras que emplea el sistema, explotándolos cada vez más para aminorar costos. Además de las consecuencias en los niveles de vida, y en el medio ambiente, esto provoca un cambio en la subjetividad del trabajo. La identidad del trabajo, ya no es tan tangible para toda la clase oprimida. Con la destrucción de las formas clásicas del trabajo, han surgido nuevas formas de empleo informal, generaciones de hombres y mujeres que se dedican al reciclado, las changas o trabajos temporarios y los servicios ilegales, gente que jamás volverá a insertarse en el mercado laboral tradicional. Esta nueva estructuración de las formas de producción, distribución y consumo genera un ejército de desocupados y subocupados que se ven en la obligación, o bien de pelear con sus hermanos de clase por ser “elegidos”, o bien de emigrar a otras zonas en busca de mejores condiciones de vida. La relocalización de grandes sectores de la sociedad, trae consigo cambios en la subjetividad: como el desarraigo, la desculturización (o abandono de costumbres tradicionales de su cultura), la falta de identidad con el territorio o con sus iguales. Así, la destrucción de la conciencia de clase, apunta a generar niveles cada vez mayores de xenofobia, entre otras cosas, atentando directamente contra la unidad la clase oprimida.
En esta carrera de destrucción, los gobiernos nacionales de América Latina, lejos de defender los territorios y sus pueblos han vendido por unas monedas a ambos. Hoy, en los comienzos del siglo XXI, caen en la cuenta de que el ritmo de destrucción que tiene el sistema es mortal e insostenible, y salen en patota a lanzar “planes de adaptación a los cambios climáticos” y la OEA se pronuncia en contra de la depredación de los recursos naturales, mientras tanto se implementa por lo bajo el llamado plan IRSA (plan estratégico de saqueo de la región). Sin embargo, a pesar de lo preocupante de la situación, los sectores dominantes del mundo y los países imperialistas, continúan digitados por las trasnacionales del mundo (cuidando así sus propios intereses), y destinan más de 5.000 billones de dólares al salvataje de las grandes trasnacionales, ante la nueva crisis financiera mundial, de la que ellos mismos son responsables. Mientras tanto en Latinoamérica existen 55 millones de personas desnutridas y hacia el año 2002, la cantidad de personas pobres en la región alcanzó las 220 millones de personas, casi el 50% de la población.
La destrucción de nuestros recursos naturales ¿Cómo nos afecta en la vida cotidiana?
Desde el principio del siglo XXI hemos vivido los años más calientes de los últimos mil años. El calentamiento global está provocando cambios bruscos en el clima: el retroceso de los glaciares y la disminución de los casquetes polares; el aumento del nivel del mar y la inundación de territorios costeros en cuyas cercanías vive el 60% de la población mundial; el incremento de los procesos de desertificación y la disminución de fuentes de agua dulce; una mayor frecuencia de desastres naturales que sufre todo el planeta; la extinción de especies animales y vegetales; y la propagación de enfermedades en zonas que antes estaban libres de las mismas.
Pero ¿A qué se deben todos estos desastres?
Repsol, British Petroleum, Exxon Mobil y Esso, (petróleo y gas). Monsanto, Dupont, Down Chemical, Grobocopatel y Bayer, en los agronegocios. Monsanto y Bechtel Co., las francesas Suez y Vivendi, las españolas Aguas de Valencia y Unión FENOSA ACEX, o la inglesa Thames Water, en la explotación de reservas de agua dulce. Archer Daniels Midland (ADM), Bunge Corporation y Cargill (deforestación del Amazonas y sojización). Barrick Gold, Newmont Corporation y Río Tinto en minería. Etc. Estas son solo algunas de las grandes trasnacionales que saquean los recursos naturales, y se llenan los bolsillos por toneladas a costa de los pueblos. Pero veamos que significa esto en las estadísticas, no las que nos muestran solo números, sino las que duelen en el cuerpo de quienes las sufrimos:
Solo el 1% del agua dulce del mundo es para consumo humano, y una de las 3 reservas más grandes se encuentra en Latinoamérica: El Acuífero Guaraní con más de 1.190.000 KM2. Algunas de las empresas que nombrábamos antes, se encargan de la explotación desmedida de estas reservas para exportación o consumo industrial, y otras empresas como la papelera Botnia, Alto Paraná S.A, Papel Misionero o Papel Prensa (del Grupo Clarín), se encargan de contaminar las napas subterráneas con residuos tóxicos, para fabricar celulosa (existiendo otros métodos mucho menos contaminantes) Mientras tanto, la mayoría de las comunidades no urbanas de Latinoamérica, no cuentan con un tendido de agua potable, exponiéndose a enfermedades e intoxicaciones que afectan su salud.
El Amazonas, es uno de los llamados pulmones del mundo. La diversidad de especies vegetales y animales de la región es incalculable, sin embargo empresas, como Cargill o Bunge, están deforestando la Amazonia, para construir caminos que faciliten el transporte de los transgénicos como la soja, que también plantan estas empresas en la región. Otras, como Monsanto, Down Chemical, Bayer o Dupont, también se encargan del sector de los agronegocios (cereales, caña y soja principalmente) para crear los famosos agrocombustibles, que además de ser altamente contaminantes, quiebran la balanza en favor del capital, reduciendo los alimentos disponibles para nuestros hermanos y hermanas indoamericanos. Como decíamos antes, en nuestro continente hoy, hay más de 55 millones de desnutridos, una cifra incompresible para una región que produce alimentos que podrían cubrir las necesidades de miles de millones de personas.
La actividad minera en el continente, produce consecuencias similares: devastación de los suelos y capas subterráneas, contaminación de ríos y napas, enfermedades pulmonares y pésimas condiciones laborales, empleando incluso mano de obra infantil. En el año 2005, la OIT calculaba que cerca de 500 mil niños y niñas estaban siendo explotados en minas de Latinoamérica. (Colombia, Perú y Bolivia son los ejemplos más aberrantes). Empresas como las que mencionábamos más arriba, se encargan de la perforación y extracción de minerales metálicos y no metálicos (oro, cobre, zinc, arcilla, azufre, hierro, entre otros) la mayoría de los métodos utilizados son altamente tóxicos, y para colmo del saqueo y destrucción que producen, una vez que llenan sus bolsillos, levantan “campamento” y se van a otro sitio, dejando detrás de ellos consecuencias ambientales y humanas que perduran durante décadas o siglos y algunos de ellos no tienen retorno.
Cuando hablamos del saqueo de nuestros recursos naturales, entonces, estamos hablando literalmente del saqueo y destrucción de la vida en todas sus formas, y es evidente que somos los mismos de siempre, los diferentes sectores de la clase oprimida, quienes sufrimos en peor medida las consecuencias de estos desastres. Los países ricos, con sus políticas consumistas y su carísimo nivel de vida, producen la mayor parte de los residuos del mundo.
Los oprimidos y oprimidas de Latinoamérica y el mundo, luchamos desde hace siglos por defender lo que nos corresponde, por construir un mundo libre, pero para ello necesitamos un mundo donde vivir. Del mismo modo que no puede existir una transformación social real, sin una transformación de las condiciones de vida, sin igualdad étnica y de género, tampoco puede haber revolución social alguna, sin un mundo que habitar. Los pueblos originarios de Latinoamérica tienen mucho para enseñar al respecto, no han existido nunca culturas que respeten tanto como ellos el mundo que habitamos, intentando convivir en armonía con nuestra tierra sin necesidad de creer que somos los dueños de ella.
En las últimas décadas, hemos asistido a un acelerado cambio en los modelos de acumulación, hemos sufrido cada vez más duramente las consecuencias de este sistema genocida, que mata con guerra, con represión y con hambre, hemos visto enriquecerse de manera asquerosa a las llamadas burguesías nacionales, hemos visto nacer las multinacionales y trasnacionales sin rostro, hemos sufrido y continuamos sufriendo las consecuencias de un sistema con hambre voraz, que para acumular cada vez más riquezas, decidió excluir a grandes sectores de la sociedad, condenándolos al olvido y al silencio. Pero durante todo ese tiempo, la clase oprimida nunca se quedó inmóvil, poco a poco, fueron surgiendo y siguen haciéndolo, experiencias de organización y resistencia en los distintos lugares de nuestra Abya – Yala (como llaman algunos pueblos originarios al continente).
El gran abanico de organizaciones de los de abajo
Mientras ellos destruyen el mundo, nosotros aquí abajo vamos fortaleciendo nuestra conciencia de clase, una conciencia que nos dice que somos oprimidos y que no queremos serlo. En los últimos 20 años por lo menos, vemos en Latinoamérica (esa tierra de hombres y mujeres indígenas, negros, criollos y latinos), un resurgimiento y un cambio en las formas de resistencia, formas de organización que ya no confían en los gobiernos de turno, experiencias legítimamente populares que intentan desde abajo, crear poder popular, participando, decidiendo y construyendo. Estas formas de resistencia han tomado en los últimos 20 años muy diversas formas y ejes, tan diversas que las hace tener un enorme potencial para la reconstrucción de una cultura alternativa al individualismo capitalista en la que como dicen los zapatistas “construyamos un mundo donde entren muchos mundos”. Estos últimos años no fueron marcados por los partidos políticos como antaño, sino por movimientos sociales de los más diversos tipos (pueblos originarios, campesinos, espacios de género, culturales, barriales, sindicales, territoriales, sin tierras, desocupados, etc). Si bien este rasgo ha vuelto a la clase mucho más heterogénea, creemos que esto lejos de ser un impedimento, es un gran potencial integrador, donde el factor que nos cruza a todos por igual es que somos oprimidos y explotados por un sistema que hace tabla raza con todas las identidades y culturas, en donde todo se vende y todo se compra. Pero si algo se ha podido demostrar en los últimos años, es que somos millones los que no estamos dispuestos a que nos pongan un precio, que somos millones los que llevamos el mundo nuevo en nuestros corazones.
Organizar lo desorganizado, unir lo disperso.
Nuestra tarea pendiente en estos tiempos, parece ser la integración y profundización de todas esas experiencias en Latinoamérica y luego en el mundo. Esta característica de la época en que vivimos, descripta más arriba, tiene esa falencia, todavía no logramos salir de las reivindicaciones sectoriales para poder pelear por una definitiva emancipación social, cultural, económica y política. Por esta razón consideramos que el eje del VII ELAOPA (Encuentro Latinoamericano de Organizaciones Populares Autónomas) es la articulación, porque creemos que la tarea del momento es esta, empezar a golpear como un solo puño, sin gobiernos que nos mientan, sin trasnacionales invisibles, sin organismos internacionales que nos digan lo que debemos hacer.
Solo hay un modo de transformar el mundo y es con organización y conciencia no solo de quienes somos sino del mundo que nos rodea y del que somos parte, denunciando a los responsables de tanta injusticia allí donde se encuentren y tomando en nuestras manos la responsabilidad de edificarnos, en armonía con el mundo en el que vivimos. No habrá transformación posible sin un mundo que habitar, no habrá dinero, ni riquezas que puedan comprar aire para respirar, agua que tomar o alimentos que comer.
“Cuando el hombre haya quemado el último pajonal, talado el último árbol, contaminado el último río, pescado el último pez, se dará cuenta de que el dinero no se puede comer.”
Encuentro Latino Americano de Organizaciones Populares Autónomas - 7o encuentro, Luján, Província de Buenos Aires, en la Argentina de Gauchos y Montoneras